• 9 de mayo de 2025 11:57

PULSO CIUDADANO

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Del campo a la mesa: justicia en la comercialización agrícola.


La necesidad de reformar la distribución para una economía social y solidaria en México.

Fuente: Estimaciones generales sobre comercialización agrícola.

En México, producir alimentos no garantiza sobrevivir. Miles de campesinos
cosechan con esfuerzo maíz, frijol, tomates, papas, chiles, pero al llegar la venta, se
enfrentan al verdadero enemigo: el sistema de comercialización. No es la sequía, ni
las plagas, ni la falta de tierra el único problema. Es el abuso de intermediarios, la
falta de infraestructura, y el poder concentrado de las grandes cadenas el que más
les daña.
Del campo a la mesa: el robo silencioso del valor agrícola en México.
En México, producir alimentos no garantiza sobrevivir. Miles de campesinos
cosechan con esfuerzo maíz, frijol, tomates, papas, chiles, pero al llegar la venta, se
enfrentan al verdadero enemigo: el sistema de comercialización. No es la sequía, ni
las plagas, ni la falta de tierra el único problema. Es el abuso de intermediarios, la
falta de infraestructura, y el poder concentrado de las grandes cadenas el que más
les daña.
Cada kilo que se cosecha en el campo sufre un asalto en su camino a la mesa. El
productor gana lo mínimo. El intermediario se lleva la tajada. El supermercado fija
precios desorbitados. Y el consumidor paga más por alimentos de menor calidad.
Perder antes de vender.
En zonas rurales, no hay centros de acopio, ni refrigeración, ni camiones con cadena
de frío. El resultado: toneladas de fruta que se pudren, verduras que no llegan al
mercado y dinero que nunca se recupera. Esto no es solo ineficiencia: es desperdicio
institucionalizado.
En promedio, un productor pierde entre el 20 y 30% de su producción por falta de
logística. Eso equivale a millones de pesos tirados a la basura cada año. Y aún así,
nadie invierte en resolverlo.
El imperio del intermediario.
Los llamados “coyotes” recorren las comunidades comprando lo que pueden a
precios ridículos. No hay negociación posible. El productor acepta o pierde todo.
Muchas veces ni siquiera hay contrato. El pago llega días después… si llega.
En las grandes ciudades, el mismo producto se vende con márgenes imposibles. Un
kilo de calabaza comprado a $2 se ofrece a $18. Y en el camino, ni el productor ni el
consumidor tienen voz ni voto.
Cadenas que dictan y concentran.
Las grandes cadenas de supermercados exigen estándares, entregas, logística y
volúmenes que solo los grandes productores o intermediarios pueden cumplir.
Además, imponen contratos con cláusulas abusivas: devoluciones, descuentos,
pagos en 90 días. Todo el riesgo recae en el pequeño.
Estas prácticas no solo perjudican al productor, también afectan la soberanía
alimentaria del país. Cuando dependemos de unas cuantas cadenas para alimentar a
millones, cualquier crisis logística, huelga o alza global puede romper el abasto y
desatar el caos.
¿Y el consumidor?
El consumidor cree que paga más por calidad o seguridad. Pero muchas veces paga
más por intermediación, especulación y desperdicio. En las ciudades, cada vez hay
menos mercados locales y más cadenas. Cada vez se come menos fresco y más
procesado.
Estamos desconectados del origen de nuestros alimentos. Y eso nos hace
vulnerables, injustos e insostenibles.
El camino: mercados solidarios.
México necesita otra red: una red de mercados campesinos, de plataformas digitales
y directas, de compras públicas solidarias. Productores y consumidores deben
encontrarse sin intermediarios especulativos.
Esto no es nuevo ni imposible. Existen experiencias exitosas de cooperativas de
consumo, tianguis orgánicos, ferias campesinas. Lo que falta es voluntad política,
inversión y decisión estratégica.
Los gobiernos deben dejar de subsidiar cadenas y empezar a apoyar a los
productores. Invertir en centros de acopio, transporte y distribución desde lo local.
Promover que escuelas, hospitales y oficinas públicas compren directo al campo.
Soberanía y seguridad nacional-
Este tema va más allá de lo económico. Es un asunto de seguridad nacional. Un país
que no controla su abasto alimentario está en riesgo. Un país que desperdicia comida
mientras importa toneladas está en contradicción.
La soberanía alimentaria requiere una red propia de producción, distribución y
consumo. No depender de corporativos ni de cadenas extranjeras. Soberanía es
saber de dónde viene tu comida y quién se beneficia con ella.
Organizar el mercado es hacer justicia al campo y a la
mesa.
No basta con producir. Hay que garantizar que quien produce viva con dignidad y que
quien consume pueda hacerlo con justicia. El sistema actual de comercialización
agrícola está roto, y sus consecuencias se sienten en cada mesa vacía y en cada
campo abandonado.
Revertirlo es posible. Con organización, inversión pública y voluntad. Apoyando al
productor y empoderando al consumidor. Porque solo así lograremos un país justo,
con alimentos accesibles, campesinos bien remunerados con vida digna y una
economía que beneficie a todos.

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