Ciudad de México, abril de 2025.- Hace unos días el mundo perdió a Mario Vargas Llosa, el peruano universal que, con su pluma afilada y su mirada incisiva, transformó la literatura latinoamericana y marcó un hito en la narrativa global. Fallecido a los 89 años en Lima, rodeado de su familia, su partida deja un vacío imposible de llenar, pero también un legado que seguirá iluminando generaciones. Desde sus humildes orígenes en Arequipa hasta su consagración como Nobel de Literatura en 2010, Vargas Llosa fue mucho más que un escritor: fue un cronista de la condición humana, un rebelde contra las injusticias y un defensor apasionado de la libertad.
Una vida forjada entre letras y desafíos
Nacido el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú, Jorge Mario Pedro Vargas Llosa creció en un entorno marcado por contrastes. Su infancia, dividida entre Cochabamba, Bolivia, y Piura, Perú, estuvo impregnada de las historias de su madre, Dora Llosa, quien le ocultó la verdad sobre su padre, Ernesto Vargas, haciéndole creer que había muerto. Este engaño, desvelado a los diez años al reencontrarse con un padre autoritario en Lima, marcó profundamente su sensibilidad y su percepción del poder, temas recurrentes en su obra.
A los 14 años, su padre lo internó en el Colegio Militar Leoncio Prado, una experiencia que Vargas Llosa describió como traumática, pero que inspiró su primera gran novela, La ciudad y los perros (1963). Esta obra, que expuso la brutalidad y corrupción en una institución militar, provocó tal escándalo que las autoridades quemaron mil ejemplares, acusándolo de comunista. Lejos de intimidarse, el joven escritor encontró en la controversia su voz: una que desafiaría siempre a la autoridad y cuestionaría las estructuras opresivas.
Obras que redibujaron el mapa literario
Vargas Llosa fue un pilar del Boom Latinoamericano, junto a Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, pero su estilo único lo distinguió. Sus novelas, como La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969) y La guerra del fin del mundo (1981), combinan una narrativa compleja con una exploración profunda de las dinámicas de poder, la identidad y la resistencia individual. La fiesta del chivo (2000), sobre la dictadura de Rafael Trujillo en República Dominicana, es un retrato magistral del miedo y la complicidad bajo un régimen tiránico.
No todo fue solemnidad. En La tía Julia y el escribidor (1977), Vargas Llosa mostró su faceta cómica, tejiendo una historia semiautobiográfica sobre su primer matrimonio con Julia Urquidi, trece años mayor que él. Esta unión, escandalosa para la época, reflejó su carácter desafiante, que también se manifestó en su evolución política: del fervor socialista en los años 60, cuando apoyó la Revolución Cubana, a una defensa férrea del liberalismo tras desencantarse con el autoritarismo de Fidel Castro.
Anécdotas que humanizan al mito
Vargas Llosa no estuvo exento de controversias que enriquecen su complejidad humana. En 1976, protagonizó un incidente célebre al golpear a Gabriel García Márquez en un cine de Ciudad de México. Aunque nunca se aclaró del todo el motivo –se especuló desde diferencias políticas hasta rumores de un affair–, el episodio simbolizó la intensidad de sus relaciones personales. Décadas después, los dos gigantes literarios se reconciliaron, demostrando que incluso las rivalidades podían ceder ante el respeto mutuo.
Otra anécdota reveladora ocurrió durante su campaña presidencial en Perú en 1990. A pesar de liderar las encuestas con su propuesta de reformas económicas, perdió ante Alberto Fujimori. En su memoir El pez en el agua (1993), Vargas Llosa confesó que la política le enseñó más sobre la derrota que sobre el triunfo, una lección que impregnó sus escritos posteriores con un tono más introspectivo. “Perdí la elección, pero gané una nueva perspectiva sobre mi país y sobre mí mismo”, escribió.
Por el lado luminoso, su amor por los libros lo llevó a donar miles de volúmenes de su colección personal a la Biblioteca Regional de Arequipa, un gesto que reflejó su compromiso con la educación. “La literatura nos hace más libres, más críticos, menos manipulables”, afirmó en una de sus últimas entrevistas, dejando claro que su pasión no era solo escribir, sino inspirar.
Un legado que trasciende fronteras
El impacto de Vargas Llosa es incalculable. Su Nobel de Literatura reconoció su “cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes incisivas de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo”. Más allá de los premios –que incluyeron el Cervantes, el Rómulo Gallegos y el Príncipe de Asturias–, su legado radica en su capacidad para retratar las contradicciones humanas con empatía y rigor. Sus personajes, desde los cadetes de La ciudad y los perros hasta la esquiva “niña mala” de Travesuras de la niña mala (2006), nos recuerdan que la lucha por la dignidad es universal.
Políticamente, Vargas Llosa fue un faro de coherencia en su defensa de la libertad individual, aunque sus posturas neoliberales generaron críticas en sectores de izquierda. Su evolución ideológica, lejos de ser una contradicción, mostró una mente abierta al cambio, capaz de reconocer errores y adaptarse. En un mundo polarizado, esta honestidad intelectual es una de sus mayores enseñanzas.
Mario Vargas Llosa: El legado inmortal de un titán literario
