• 15 de octubre de 2025 22:26

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Partidocracia y Fanatismo: Cuando la Lealtad al Partido Asfixia la Democracia

La Real Academia Española define la partidocracia como el «abuso del poder de los partidos». En México, la partidocracia es nuestra realidad política diaria: un sistema donde los partidos no solo han monopolizado el acceso a los cargos públicos, sino que han secuestrado la conversación, haciendo casi imposible que la voz de un ciudadano sea escuchada sin el respaldo de un color.

El resultado de este sistema es un país fracturado. La alternancia política, que llegó hace menos de tres décadas, no trajo consigo un debate más sano, sino una polarización que nos ha dividido en bandos irreconciliables: «chairos» y «fifis», los «buenos» y los «malos». Como si se tratara de equipos de fútbol, se exige una lealtad ciega. Es lamentable ver a la sociedad dividida, ofendiéndose y al borde de la violencia por defender un escudo, un partido. Pero, ¿qué hacen los partidos para frenar esto? Poco o nada. Parecen, de hecho, encantados con la situación.

Y aquí reside la gran contradicción. Mientras se fomenta un fanatismo ciudadano extremo, la clase política practica el cinismo más absoluto. Tenemos un sistema multipartidista con más de cinco partidos agrupados en grandes alianzas, pero en la práctica, muchos resultan ser lo mismo. Vemos a personajes cambiar de bancada con una facilidad pasmosa, traicionando la ideología que juraron defender y las promesas que hicieron en campaña.

Ante este espectáculo, el ciudadano queda indefenso. ¿Qué herramienta tenemos contra quien votamos por representar unas ideas y al día siguiente se pasa al bando contrario? La aparente falta de consecuencias para ellos contrasta dolorosamente con la lealtad inquebrantable que se nos exige a nosotros.

Entonces, ¿por qué está dividida la sociedad? Porque el fanatismo político, alimentado por los propios partidos, se ha convertido en una cortina de humo que oculta la intercambiable naturaleza del poder. La intolerancia crece y las agresiones —verbales, emocionales e incluso físicas— se normalizan.

Debemos entenderlo de una vez por todas: en el momento en que la tolerancia a las ideas del otro se pierde, en el instante en que la lealtad a un partido se vuelve más importante que el bienestar del país, la democracia no solo se debilita. Empieza a morir.

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