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La Ciudad que Se Hunde: El Drama Silencioso de la CDMX

PorYanis_R

Jul 3, 2025

La Ciudad de México, un coloso urbano de más de 21 millones de habitantes, enfrenta una crisis silenciosa pero implacable: se está hundiendo. Este fenómeno, conocido como subsidencia, no es nuevo, pero su aceleración y las proyecciones de sus consecuencias han encendido las alarmas. Geólogos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) advierten que, de no tomarse medidas urgentes, en menos de una década, zonas de la capital podrían volverse inhabitables, forzando desplazamientos masivos de ciudadanos. ¿Qué está ocurriendo bajo nuestros pies? ¿Es realmente inminente una catástrofe urbana?

Un problema con raíces históricas

La Ciudad de México se asienta sobre el antiguo lago de Texcoco, un lecho lacustre compuesto por arcillas blandas y sedimentos volcánicos. Desde la fundación de Tenochtitlán en 1325, la urbe ha enfrentado los retos de un suelo inestable. Sin embargo, fue con la llegada de los españoles en el siglo XVI y el drenaje progresivo del lago para controlar inundaciones que comenzó un proceso que hoy se considera irreversible. La extracción masiva de agua subterránea, intensificada desde el siglo XX para abastecer a una población en constante crecimiento, ha agravado la compactación de estas arcillas, causando que la ciudad se hunda a un ritmo alarmante.
Estudios recientes, basados en 115 años de mediciones terrestres y 24 años de datos satelitales, confirman que la capital se hunde entre 10 y 40 centímetros al año, dependiendo de la zona. En el Centro Histórico, por ejemplo, el hundimiento alcanza los 40 centímetros anuales, mientras que en áreas como Iztapalapa, Tláhuac y el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), las tasas oscilan entre 15 y 30 centímetros. En 150 años, los expertos estiman que la ciudad podría descender hasta 30 metros más, un escenario que parece sacado de la ciencia ficción pero que es una realidad geológica.

Las causas: una esponja que se exprime

El principal culpable de la subsidencia es la sobreexplotación de los acuíferos. La Ciudad de México extrae aproximadamente el 70% de su agua potable de pozos subterráneos, consumiendo cada año unos 25,000 millones de litros. Este volumen supera con creces la capacidad de recarga natural de los acuíferos, lo que provoca que el suelo, descrito por los expertos como una “esponja” que pierde agua, se compacte bajo el peso de las construcciones.
A esto se suma la urbanización descontrolada. La “voracidad” de los desarrolladores inmobiliarios, que construyen en zonas de alto riesgo sin considerar la fragilidad del suelo, exacerba el problema. El asfalto que cubre gran parte de la ciudad impide la infiltración de agua de lluvia, y los ríos entubados han eliminado los sistemas de drenaje natural que alguna vez equilibraron el ecosistema.
El resultado es un círculo vicioso: la extracción de agua hunde el suelo, lo que fractura tuberías y provoca fugas, aumentando la demanda de agua y, con ello, la explotación de los acuíferos. Las grietas, socavones y desniveles en calles y edificios son ya una realidad visible en colonias como Niños Héroes, Miguel Alemán, el Centro Histórico y Santa Martha Acatitla.

Consecuencias: más allá del suelo

El hundimiento no solo afecta la infraestructura; tiene un costo humano y económico devastador. Según un estudio de Ingeniería y Gestión Hídrica, los daños asociados al fenómeno generan pérdidas anuales de aproximadamente 67,926 millones de pesos, afectando sistemas de drenaje, transporte público como el Metro, y edificaciones históricas como el Palacio de Bellas Artes, que ya se ha hundido cerca de 3 metros desde 1910.
Las inundaciones, cada vez más frecuentes durante la temporada de lluvias (junio a octubre), son otra consecuencia directa. El 70% del suelo de la CDMX es considerado inundable, y la falta de permeabilidad agrava el problema. En alcaldías como Iztapalapa, Tláhuac, Gustavo A. Madero e Iztacalco, las inundaciones recurrentes y la escasez de agua potable forman una paradoja cruel: llueve mucho, pero el agua no se aprovecha y la población sufre por la falta de acceso al recurso.
Además, el hundimiento incrementa la vulnerabilidad sísmica. Las fallas y grietas debilitan el suelo, y eventos como el colapso de la Línea 12 del Metro en 2021 han sido vinculados, en parte, a este fenómeno. Las líneas A y 5 del Metro, por ejemplo, han requerido costosas intervenciones para nivelar sus vías, con reparaciones en la Línea A que superaron los 101 millones de pesos en una sola ocasión.

¿Desplazamientos forzados en 10 años?

La advertencia de la UNAM sobre desplazamientos forzados en menos de una década ha generado controversia y temor. Geólogos como Sergio Rodríguez y Wendy Morales han sido contundentes: el hundimiento ha alcanzado un “punto de no retorno”. Si las tasas actuales persisten, en 10 años la ciudad podría descender hasta 3 metros en algunas zonas, haciendo inhabitables áreas vulnerables debido a inundaciones severas, colapsos estructurales y la falta de agua potable. Iztapalapa, Tláhuac, Xochimilco y Venustiano Carranza figuran entre las zonas de mayor riesgo.
Sin embargo, la proyección de “desplazamientos forzados” debe tomarse con cautela. Aunque el escenario es plausible, depende de múltiples factores, como la capacidad de los gobiernos para implementar medidas de mitigación y la respuesta de la población. Los expertos sugieren que, sin una acción coordinada, en seis a diez años algunas comunidades podrían verse obligadas a abandonar sus hogares, especialmente en áreas de alta subsidencia y marginación, donde la infraestructura es más precaria.

¿Hay esperanza? Estrategias para un futuro incierto

Detener el hundimiento es prácticamente imposible, pero los especialistas proponen medidas para mitigarlo. La primera prioridad es reducir la extracción de agua subterránea. Esto implica diversificar las fuentes de abastecimiento, como captar y almacenar agua de lluvia, modernizar el sistema de tuberías (algunas con más de 60 años de antigüedad) y promover la recarga artificial de acuíferos.
Otra estrategia es replantear el urbanismo. Prohibir construcciones en zonas de alto riesgo, fomentar ciudades planificadas fuera de la CDMX y descentralizar servicios como empleo, salud y educación podrían aliviar la presión sobre el suelo. La tecnología también juega un papel clave: el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) utiliza interferometría SAR para monitorear el hundimiento con precisión milimétrica, lo que permite identificar áreas críticas y planificar intervenciones.
Por su parte, el gobierno de la ciudad ha prometido acciones, pero los avances son lentos. La exalcaldesa Claudia Sheinbaum planteó soluciones como la modernización de infraestructura hídrica, pero los costos estimados —hasta 1,000 millones de dólares anuales durante 15 años— representan un desafío monumental.

Un llamado a la acción

La Ciudad de México no está condenada, pero el reloj avanza. La subsidencia es un recordatorio de que las decisiones del pasado tienen consecuencias duraderas. La sobreexplotación de los acuíferos, el crecimiento urbano desmedido y la falta de políticas sostenibles han llevado a la capital a un punto crítico. La advertencia de la UNAM no es una profecía apocalíptica, sino un grito de urgencia para actuar.
La pregunta no es solo si habrá desplazamientos en 10 años, sino si estamos dispuestos a cambiar el rumbo para evitarlo. La solución requiere un esfuerzo colectivo: gobiernos, ciudadanos y desarrolladores deben priorizar la sostenibilidad sobre el corto plazo. De lo contrario, la ciudad que alguna vez emergió de un lago podría quedar atrapada en un destino que, aunque predecible, no deja de ser trágico.

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Por Yanis_R

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