Cuando la ley reconoció a los partidos políticos como entidades de interés público, con personalidad jurídica y patrimonio propios, con registro legal ante las autoridades electorales, y cuyo fin es impulsar la participación de los ciudadanos en la vida democrática y hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, se avanzó en consolidar un sistema de partidos para impulsar y perfeccionar una democracia participativa.
Sin embargo; como en todo el mundo, hoy los partidos están en crisis. Tras la derrota electoral de la oposición, con cifras abrumadoras, se buscan culpables y se desatan críticas y ambiciones. El bloque ganador también registra confrontaciones, más controladas, pero dado que Morena no es un partido en el sentido clásico, sus órganos y sus acuerdos son siempre cuestionados. Sus aliados el PT y el PVEM también critican para presionar posiciones en la alianza para gobernar. Y sigue la hoguera de las vanidades.
A partir de que los partidos recibieron financiamiento público mayoritario, se fueron burocratizando. Sus dirigencias y liderazgos empezaron a vivir de las prerrogativas y a impulsar a sus cuadros a las candidaturas, convirtiendo a los partidos en pequeños feudos regionales de poder, que además pueden entrar en conflicto con las dirigencias nacionales.
Poco a poco, los partidos pasaron de representar a los ciudadanos, a cerrarles la puerta, temerosos del surgimiento de nuevos liderazgos que podrían presionar la salida de sus dirigentes o desplazarlos en las candidaturas.
Si bien es cierto que los partidos requieren de lealtad de sus legisladores y cuadros gobernantes, pues lo único que cuenta es el voto en el Congreso o la conducción de una política pública, lo cierto es que al gozar de cierta autonomía las dirigencias estatales establecen sus propios acuerdos con los gobiernos locales. O bien, los gobernadores toman acuerdos con el Ejecutivo federal, al margen de la dirigencia nacional. Hoy ese proceso se ha evidenciado con los cargos de embajadores.
La descomposición de los partidos es una tragedia para los ciudadanos. No hay confianza porque los liderazgos solo ven por sus propios beneficios e impunidad. Este sexenio ha elevado estas prácticas y nutrido a su partido de cuadros que puedan ayudar electoralmente a cambio de ciertas posiciones o prebendas. La participación ciudadana se ha vuelto más una práctica de servidumbre a cambio de ayudas económicas, que una sociedad crítica y demandante.
Los hechos superan a la realidad. Amenazas y asesinatos a candidatos de todos los partidos, cuando son incómodos a los caciques, narcos o no, de las provincias. La normalización de estos hechos demuestra que hay poca cultura política y que se privilegia la situación personal sobre el fenómeno de la violencia. Si a mí no me pasa, nada sucede. El problema es de otros.
Aun cuando en esta elección surgió un fenómeno de movilización ciudadana, nunca visto, con las manifestaciones de la ‘marea rosa’, esta participación no pintó a las urnas de rosa. Pero sembró un nuevo ánimo. Alzar la voz es necesario, no suficiente, para iniciar cambios. Hoy, el Frente Cívico Nacional (FCN) ya avanza hacia la construcción de un nuevo partido político, con posibles prácticas más abiertas a la ciudadanía.
El PRD perdió su registro, una tragedia en el espectro político nacional, que pierde a una izquierda sensata y razonable que se desfondó por el liderazgo de AMLO, y problemas de conducción y coordinación. Pero subsisten sus corrientes y tendrán presencia en el Senado.
El PAN está en la lucha interna por el cambio de dirigencia. Marko Cortés también enfrentó traiciones y negociaciones al margen del CEN. Baste analizar Guanajuato y Yucatán. Son entidades que debían tener triunfos contundentes, pero se aliaron morenistas y expriistas y no hubo una clara conciencia hasta que cayeron los votos. También cuadros panistas se desmarcaron de la actividad de promoción y activismo, por lo cual se culpa a la dirigencia nacional. Taboada, excelente candidato, tampoco logró remontar a la ola guinda y sus aliados. La lucha seguirá, pero con un tono distinto, más acuerdos con los gobiernos.
El PRI fue el más traicionado. Puede o no gustar la figura de Alito, su liderazgo interno es fuerte, pero no sirvió para frenar alianza entre priistas y morenistas. Si bien se abrieron espacios a diversos grupos en las candidaturas, y se esperaba un mejor equilibrio en el Congreso, no se obtuvieron más votos. Cayó su votación, el PRI fue el blanco preferido de AMLO para intentar desfondarlo al igual que al PRD.
En efecto, cientos de cuadros y militantes abandonaron al tricolor, porque su cultura está hecha para el ejercicio del poder, no para ser oposición. Hoy los reclamos no se hacen esperar. Varios cuadros quieren la dirigencia del partido, pero sobre todo llevar la interlocución con el nuevo gobierno. Estamos hablando de posiciones de poder. Y aunque Alito se exceda con la reelección, lo cierto es que no va a bajar la guardia. No creo que sea la muerte del PRI, pero sí momento de una profunda transformación que puede ser o no su supervivencia. Y sí, le estorban ciertas alianzas que ya se rompieron.
Por último, el más complacido es Movimiento Ciudadano. Su estrategia fue exitosa. Obtuvo muchos votos de otros partidos. Dante Delgado se consolida como el patriarca de su grupo y aunque no tiende puentes de diálogo con el resto de la oposición, y sí mantiene lazos con el bloque ganador, no suelta su independencia relativa, que es su fortaleza. Inicia una nueva etapa y busca seguir creciendo, hay condiciones favorables.
La pregunta que todos se hacen es: ¿y qué va a pasar con los partidos tradicionales? Los rompimientos pueden darse sin duda porque prevalece la desconfianza. Pero no significa que terminen en el basurero de la historia. Hay dos factores clave. Sheinbaum abrirá diálogo o aprovechará las reformas para tomar control total del escenario político y acabar con la pluralidad. Y el otro, hasta qué punto las disidencias de los partidos los abandonarán para sumarse a Morena y reciclarse, aprovechando la posición de Alito y de Marko. En este mes de julio, cuando el INE decida sobre la sobrerrepresentación, tendremos parte de la respuesta.