El 8 de marzo en México, el Día Internacional de la Mujer, ha sido históricamente un momento de reflexión y acción para visibilizar las desigualdades de género. Las marchas de mujeres durante esta fecha sirven como un recordatorio doloroso de las persistentes luchas que enfrentan en distintos ámbitos de la sociedad mexicana.
En primer lugar, la tristeza se refleja en las cifras alarmantes de violencia de género en el país. A pesar de los esfuerzos para combatirla, las mujeres continúan siendo víctimas de agresiones físicas, psicológicas y sexuales. La marcha del 8 de marzo se convierte en un grito colectivo contra la impunidad y la falta de justicia para quienes han sufrido estas violaciones a sus derechos fundamentales.
Además, la desigualdad económica persistente agrega un matiz sombrío a estas manifestaciones. Las mujeres enfrentan brechas salariales y limitaciones en el acceso a oportunidades laborales, lo que contribuye a la perpetuación de la dependencia económica y la vulnerabilidad financiera. Marchar el 8 de marzo se convierte en un acto de resistencia contra un sistema que relega a las mujeres a posiciones desventajosas en el ámbito laboral.
Otro factor que añade tristeza a estas marchas es la persistente resistencia hacia el reconocimiento y respeto de los derechos reproductivos de las mujeres. La falta de acceso adecuado a servicios de salud sexual y reproductiva, así como la penalización de decisiones personales sobre la maternidad, generan un clima de frustración y desencanto. Las mujeres marchan para reclamar su autonomía sobre sus cuerpos y decisiones.
Adicionalmente, la tristeza se profundiza al considerar la brecha educativa y la limitada representación de las mujeres en cargos de liderazgo. A pesar de los avances, persisten estereotipos de género que afectan la participación plena de las mujeres en la vida académica y política. La marcha del 8 de marzo refleja la tristeza de un sistema que aún no ha logrado garantizar la igualdad de oportunidades y reconocimiento para todas.
En conclusión, las marchas del 8 de marzo en México encapsulan la triste realidad de las mujeres que, a pesar de los avances, continúan enfrentando desigualdades sistémicas. La lucha por la igualdad de género es una batalla que persiste, y estas manifestaciones son un recordatorio conmovedor de la urgencia de un cambio significativo en la sociedad mexicana.
Lamentablemente, las zacatecanas presenciamos la detención de manifestantes sin motivo apareinte, lo que representa una violación directa a los principios fundamentales de la libertad y el derecho a la expresión. Es una injusticia que socava la esencia misma de la democracia y la participación ciudadana. Cuando las mujeres que marchan son detenidas sin razón justificada, se viola su derecho legítimo a expresar sus preocupaciones y demandas en un espacio público.
La iconoclasia en el 8 de marzo es esencial porque contribuye a la transformación cultural y social, desafiando las estructuras que han mantenido a las mujeres en una posición subordinada. Al cuestionar y reconstruir símbolos, se abre espacio para una representación más equitativa y la promoción de una sociedad que celebre la diversidad y la igualdad de género.
Es preocupante como en mi estado, el más peligroso a nivel nacional, y parte de las estadísticas mundiales, sea convertido en más violencia durante las marchas en donde las mujeres solo expresamos nuestro terrible miedo y preocupación:
Ya no queremos una asesinada más. Ya no queremos una violada más. Ya no queremos una violentada más.