El mundo cada vez se aleja más del desarme, incluso del que se encuentra amparado por el derecho internacional humanitario, como queda de manifiesto con los ataques a centrales nucleares de Irán por parte de Estados Unidos -con la generación de contaminación radiactiva-; el emplazamiento de misiles con ojivas nucleares tácticas por parte de Rusia en Bielorrusia a finales de 2023 y, por si fuera poco, ahora, con el retiro de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Finlandia y Ucrania de la Convención de Ottawa de 1997, tratado internacional para erradicar las minas terrestres antipersona.
La pesadilla de la carrera armamentista es completada con el anuncio hace apenas unos días de la administración de Donald Trump de que se buscará un incremento histórico al presupuesto militar del país equivalente a un billón (trillion) de dólares, con asignaciones significativas a la seguridad fronteriza y el combate del tráfico de estupefacientes, situación que evidencia la militarización de la guerra contra las drogas.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tuvo su cumbre anual los días 24 y 25 de junio en La Haya, Países Bajos, con los miembros europeos adulando a Trump y comprometiéndose a destinar el 5 por ciento de su producto interno bruto (PIB) a la defensa, situación que está propiciando cambios importantes en las partidas presupuestales propias de la integración europea y, ciertamente, para la asistencia al desarrollo. Sin ir más lejos, Alemania, que había asumido un rol importante como país altamente industrializado promotor de la asistencia al desarrollo, ha decidido que realizará recortes sustanciales recursos para la cooperación con países, sociedades y organismos internacionales que aún no dilucidan cómo lidiar con los enormes recortes de EEUU a la agencia estadunidense de cooperación internacional (USAID).
Parafraseando a Charles Dickens es el mejor de los tiempos -para impulsar el desarme-; es el peor de los tiempos -porque la mayoría de los países no están interesados en el tema. Recursos existen, pero no se invierten en el desarme, como tampoco parece que eso vaya a ocurrir en el corto ni mediano plazos.
Minas terrestres antipersona
De los anuncios relacionados con la carrera armamentista más lamentables en lo que va del año, es la decisión de Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Finlandia y, de manera más reciente, Ucrania, de que denunciarán la Convención de Ottawa que busca erradicar las minas terrestres antipersona ante lo que perciben como una amenaza creciente de Rusia hacia su seguridad y territorios. En el caso de Finlandia, que comparte una frontera de 1 340 kilómetros de longitud con Rusia, se trata del país que, entre los miembros de la Unión Europea, había sido el último en ratificar la Convención de Ottawa, justamente por los temores que percibe dada su vecindad geográfica con el país eslavo. La Europa comunitaria se había esforzado por lograr que Finlandia primero ratificara la convención y ahora, que desista de denunciarla, cosa que no sólo no se ha logrado, sino que ahora la decisión se extiende a otros cuatro miembros comunitarios más Ucrania. Esta decisión es lamentable, como se verá a continuación.
Las minas terrestres antipersona son armas convencionales de efecto indiscriminado actualmente prohibidas por el derecho internacional humanitario. Al ser pequeñas y livianas, pueden ser producidas, usadas, y transportadas con gran facilidad. Pueden cruzar las fronteras de los países fácilmente, debido a su tamaño, peso y costos. Se pueden colocar a mano o mediante máquinas que pueden sembrarlas a razón de hasta 1 000 por minuto. Su colocación, entonces, es veloz, no así su remoción, donde, con relativa frecuencia, también mueren o son lesionados los expertos en desminado.
Se trata de armas activadas, a diferencia de otros sistemas de armamento, por las víctimas. Son de acción postergada porque muchas de ellas mantienen su letalidad años o décadas después de haber sido sembradas por lo que incluso, en un país como Vietnam, donde hace ya mucho tiempo que concluyo la invasión de EEUU, se siguen produciendo accidentes que matan o mutilan a la población civil.
La erradicación de las minas terrestres antipersona ha dado pie a iniciativas de desarme amparadas en el derecho internacional humanitario dado que son pertrechos bélicos de impacto indiscriminado -categoría en la que figuran igualmente las municiones en racimo y las armas nucleares- dado que no distinguen entre combatientes y civiles inocentes.
Las minas además buscan aterrorizar a las sociedades. La expresión “campo minado” no es fortuita. Si bien muchas minas son sembradas meticulosamente y existen registros sobre su ubicación, otras más son sembradas sin un marcaje escrupuloso, con el simple propósito de hacer daño, de intimidar al adversario, trátese de soldados, hombres, mujeres y niños. En este último plano, la niñez es presa fácil de las minas. En el caso de la PFM-1 soviética o “mina mariposa” utilizada por la Unión Soviética durante la invasión a Afganistán que comenzó a finales de la década de los 70 del siglo pasado, se tiene un artefacto explosivo -la carga es líquida y muy contaminante y costosa para su desmantelamiento- que tiene la forma de una mariposa y que es producida en colores brillantes para que los niños y las niñas afganas la confundieran con un juguete. Basta con que los infantes apenas rozaran el artefacto para propiciar su explosión, misma que si no los mataba, los dejaba ciegos o mutilados. Esto lleva a considerar a las minas como un tipo de armamento que raya en el sadismo y que infringe un enorme sufrimiento en las personas, si es que logran sobrevivir a su impacto.
La Convención de Ottawa
La tragedia humanitaria que producen las minas fue lo que llevó a que en la década de los años 90 del siglo pasado confluyeran gobiernos, sociedad civil, organismos no gubernamentales, organismos internacionales y hasta la Princesa Diana, para visibilizar el problema y lograr que se suscribiera un tratado internacional para su erradicación. La Princesa murió en el fatídico accidente del 31 de agosto de 1997 por lo que no pudo ver el resultado de sus gestiones, dado que fue dos semanas después, el 18 de septiembre, que se logró tener un acuerdo internacional con corchetes para que finalmente el 3 de diciembre fuera suscrita la Convención de Ottawa. Por cierto, el Reino Unido, aliado de Estados Unidos, fue fuertemente presionado por Washington para no firmar el tratado. Sin embargo, debido a la muerte de la Princesa Diana quien era vista no sólo como “la princesa del pueblo” sino como artífice del proceso, el gobierno de Tony Blair no tuvo más remedio que firmar la convención en el momento en que fue abierta para su firma, depositando el instrumento de ratificación respectivo el 31 de julio de 1998.
Al día de hoy, la Convención de Ottawa ha sido firmada por 165 países del mundo y en el continente americano sólo dos, Cuba y Estados Unidos, no lo han signado, en parte por la zona minada de Guantánamo y en parte también porque Washington sigue produciendo y exportando minas a Corea del Sur para “protegerla” de Corea del Norte. Se sabe igualmente que la administración de Joe Biden transfirió minas y municiones en racimo a Ucrania para apoyar al país europeo en su contienda con Rusia. Esta, por su parte, ha hecho un uso profuso de las minas en diversas partes de los territorios ucranianos que ocupa. Cabe destacar que mientras que Ucrania es parte de la Convención de Ottawa, Rusia no lo es. En Kiev, esto se percibe como una desventaja táctica para poder contrarrestar la agresión rusa. Esta percepción sobre la amenaza de Rusia es compartida, aparentemente, por los países del Báltico, Polonia y Finlandia. Todos ellos han anunciado que se retirarán, por las razones descritas, de la Convención de Ottawa.
La pesadilla de las minas antipersona
Si la Princesa Diana pudiera ver los retrocesos que enfrenta el desminado en el mundo de hoy, muy probablemente se volvería a morir. Las trampas explosivas ya no son sólo minas fabricadas como tales, sino que hay un auge de los artefactos explosivos improvisados que, por ejemplo, la delincuencia organizada usa continuamente en México -y no sólo aquí- en la lucha entre cárteles, pero también contra los cuerpos de seguridad del Estado. Así, el tratado enfrenta dos tipos de problemas: primero su involución, dado que será denunciado por seis países que lo signaron; y segundo el surgimiento de nuevos tipos de trampas explosivas, muchas de ellas de fabricación casera, de uso cada vez más frecuente por delincuentes y terroristas.
Lo anterior arroja una amarga lección: el éxito de la Convención de Ottawa de finales del siglo pasado hoy se ve oscurecido por la denuncia del tratado por países europeos. Mucho tiene que ver sí la invasión rusa a Ucrania. Pero también hay que considerar las presiones belicistas de Donald Trump a sus contrapartes en Europa para elevar el presupuesto bélico para llegar a un 5 por ciento del producto interno bruto (PIB) de cada socio noratlántico. Después de todo, la adquisición de grandes sistemas de armamento es costosa y no se podrá hacer de la noche a la mañana. Las minas terrestres antipersona, en cambio, son baratas, fáciles de sembrar y son un elemento disuasivo que, se percibe, es más o menos efectivo. Sus consecuencias humanitarias, por supuesto, no están siendo ponderadas en estos momentos donde el belicismo no sólo le resta espacios a la razón y la cordura, sino que prospera a pasos agigantados, mientras las carencias socioeconómicas de las sociedades no sólo se mantienen, sino que se incrementan a tan sólo cinco años de la fecha establecida para cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
¿Al retirarse de la Convención de Ottawa, Letonia, Lituania, Estonia, Polonia, Finlandia y Ucrania disfrutarán de mayor seguridad? Sembrar minas en sus territorios ¿será un disuasor en el caso de que Rusia decidiera emprender una cruzada bélica contra ellos -dejando de lado el caso de Ucrania? Porque cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022 no se detuvo a pensar si había o no minas camino al territorio ucraniano. ¿Existen evidencias históricas que muestren que el uso de minas ha contribuido a la victoria de algún o algunos contendientes? Como armas tácticas, su impacto es de corto plazo en un escenario bélico o de conflicto, pero de larguísimo alcance en el horizonte humanitario. Las minas antipersona no ganan guerras, pero destruyen las vidas de las personas, quienes, si sobreviven a su impacto, tienen secuelas físicas y psicológicas de por vida.
Lo más lamentable acerca de la denuncia de la Convención de Ottawa realizada por los seis países europeos referidos, es que muestra que el desarme puede involucionar. El derecho internacional humanitario está de luto. En 1997 era el mejor de los tiempos. En 2025 es el peor de los tiempos.